Una vocación es algo enigmático para muchas personas, algunos la definen como la llamada a un cierto estilo de vida, otros, a una elección. Yo, como cada religioso, aspiro a definirla como un deseo, un anhelo de alcanzar esa estación en la vida. Porque no se puede perseverar fielmente en una vocación simplemente siendo convocado o eligiéndola, debe desearla.
Así ocurre con la vocación religiosa. Un aspirante debe desear comprometerse en tareas religiosas, debe desear darse totalmente a Dios y, sobre todo, debe desear buscar la perfección por hacer la voluntad de Dios. Pidiendo que se cumplan estos, reza y busca una orden religiosa para realizar estos deseos.
Él, como un grano de incienso puesto sobre los carbones hirviendo en el incensario para cumplir su función, debe, para alcanzar su meta, ser colocado sobre los carbones del entrenamiento y del sacrificio que la vocación religiosa requieren de él.
Así pues, un aspirante a la vida religiosa selecciona una orden, no por su riqueza, ni por su popularidad, sino por aquellas cualidades que lo capacitarán para realizar sus deseos… Y esa es la razón por la que yo me hice Agustino Recoleto.