Firmes en la esperanza que profesamos
El Año Santo 2025 se celebra bajo el lema “Peregrinos de la Esperanza”, una invitación a renovar la fe, fortalecer la confianza y reafirmar la esperanza en un mundo marcado por desafíos. En este artículo, fray Marciano Santervás nos explica los motivos y el objetivo de este Jubileo, así como su importancia en el magisterio del Papa Francisco y su fundamentación en la bula Spes non confundit.
Contexto del Año Santo 2025
Todo Año Santo, también el actual, busca la renovación de la Iglesia, la conversión de los fieles y la fidelidad al Evangelio, pero cada Año Santo ha tenido su contexto, unos motivos para su celebración y se ha propuesto un objetivo prioritario que conseguir.
Contexto, motivos y objetivo prioritario
- El contexto general del Año Santo 2025 es el de la globalización generalizada en todos los órdenes, con todos los elementos positivos y negativos que conlleva. Y la Iglesia no está exenta de este fenómeno que nos influye y condiciona a todos.
- Veamos algunos de los motivos que percibe el Papa para la celebración de este Jubileo 2025: En la carta que en el año 2022 el Papa envía a Rino Fisichella para encargarle la organización del Jubileo 2025, escribe: “en los dos últimos años no ha habido país que no haya sido afectado por la inesperada epidemia que, además de hacernos ver el drama de morir en soledad, la incertidumbre y la fugacidad de la existencia, ha cambiado también nuestro estilo de vida … Todos hemos visto limitadas algunas libertades, y la pandemia, además del dolor, ha despertado a veces la duda, el miedo y el desconcierto en nuestras almas … El drama de morir en soledad, la incertidumbre y la fugacidad de la existencia ha cambiado también nuestro estilo de vida”. Más adelante se dice: “El próximo Jubileo puede ayudar mucho a restablecer un clima de esperanza y confianza, como signo de un nuevo renacimiento que todos percibimos como urgente”. He aquí uno de los motivos.
La situación social en la que imperan las enormes desigualdades y la pobreza galopante, el trágico fenómeno de la emigración en busca de un género de vida más humana, el azote de las guerras que generan muerte y obligados desplazamientos, son otros de los motivos, motivos múltiples, que el Papa percibe que justifica la celebración del Jubileo y, precisamente, porque estos motivos son de tan fuerte repercusión social, Francisco dice a Fisichella, y nos dice a nosotros: “La dimensión espiritual del Jubileo, que nos invita a la conversión, debe unirse a estos aspectos fundamentales de la vida social”.
[Otros motivos menos influyentes son dos fechas: el 1700 aniversario del concilio de Nicea y el sexagésimo aniversario de la clausura del concilio Vaticano II].
El Papa, ante todos estos aspectos, cual a cual más calamitoso, nos hace una llamada a encender la “llama de la esperanza”, que nos ha sido dada, y de aquí el lema del Jubileo 2025: “Peregrinos de la Esperanza”.
El objetivo prioritario, según el mismo texto de la bula, es: Con la ayuda del Señor, la recuperación de “la confianza necesaria —tanto en la Iglesia como en la sociedad— en los vínculos interpersonales, en las relaciones internacionales, en la promoción de la dignidad de toda persona y en el respeto de la creación. Que el testimonio creyente pueda ser en el mundo levadura de genuina esperanza, anuncio de cielos nuevos y tierra nueva (cf. 2 P 3,13), donde habite la justicia y la concordia entre los pueblos, orientados hacia el cumplimiento de la promesa del Señor” (n. 25).
Ciertamente, las circunstancias políticas, socioeconómicas y religiosas no navegan por las aguas mansas de nuestro planeta, lo cual no pasa desapercibido a nadie mínimamente perspicaz, y menos aún al sumo pastor que busca siempre el diálogo y el encuentro con todos. La Iglesia, madre y maestra, por medio de su máximo representante, el Papa, intenta pregonar la paz, proyectar luz y generar esperanza en su misión evangelizadora.
La esperanza, una constante en el magisterio de Francisco
El papa Francisco, desde que asumió el ministerio del pontificado, no ha perdido ocasión para presentar sus reflexiones sobre la esperanza, de forma que el tema de la esperanza se ha convertido en una constante en su magisterio y, a mi parecer, esta su insistencia responde a una necesidad de la Iglesia y del mundo entero, y es el Espíritu del Señor el que le impulsa a ello.
Ya en 2013, en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, documento programático de su ministerio papal, nos dice a toda la Iglesia: “¡No nos dejemos robar la esperanza!” (EG 86); una frase similar dirigió a los jóvenes: “¡No dejen que les roben la esperanza!”.
A modo de muestra, ofrezco algunas citas sobre la esperanza y el momento en que el Papa las pronunció o escribió:
- En el 2013, en una homilía en la casa de Santa Marta decía: «La esperanza es una virtud arriesgada, una virtud, como dice San Pablo, de una ardiente expectativa hacia la revelación del Hijo de Dios (Rom 8,19). No es una ilusión» (29 de octubre).
- En el mensaje para la Jornada de los Medios de comunicación social en el 2017, Francisco elige como subtítulo: “Comunicar esperanza y confianza en nuestros tiempos”.
- «La esperanza hace que uno entre en la oscuridad de un futuro incierto para caminar en la luz. La virtud de la esperanza es hermosa; ¡nos da tanta fuerza para caminar en la vida»! (Audiencia General, 28 de diciembre de 2018).
- «¡Cristo, mi esperanza, ha resucitado! No se trata de una fórmula mágica que haga desaparecer los problemas. No, esto no es la resurrección de Cristo. Es, en cambio, la victoria del amor sobre la raíz del mal, una victoria que no ‘evita’ el sufrimiento y la muerte, sino que los atraviesa abriendo un camino hacia el abismo, transformando el mal en bien: la marca exclusiva del poder de Dios» (Mensaje Urbi et Orbi, 12 de abril de 2020).
- Baste una última referencia: en el mensaje para la Jornada de los Medios de Comunicación Social para este año 2025, que titula “Compartan con mansedumbre la esperanza que hay en sus corazones (cf. 1 P 3,15-16)”, en cuatro páginas aparece el término esperanza al menos veintisiete veces, dato que habla por sí solo.
A partir de lo expuesto se puede comprender mejor la elección de la esperanza como el tema clave del Año Santo 2025.
La bula “Spes non confundit”
Vamos a adentrarnos ya en el texto de la bula “Spes non confundit” (“La esperanza no defrauda”). Bueno es recordar el logotipo: su imagen y el lema “Peregrinos de la esperanza”.
“La esperanza constituye el mensaje central del próximo jubileo”, se lee al principio de la bula; y el deseo del Papa es “que el Jubileo sea para todos ocasión de reavivar la esperanza”.
La bula, después de una breve introducción motivacional, está estructurada en cinco apartados con sus correspondientes títulos, que ayudan a comprender el contenido del documento:
- Una Palabra de esperanza. En este apartado Francisco acude a la Carta a los Romanos para la fundamentación bíblica de la esperanza cristiana y propone a Pablo como modelo de esperanza en su misión evangelizadora. Es en la frase paulina de esta carta “la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado” (Romanos 5,1-2.5), de donde el Papa ha tomado el título de la bula.
Las citas de esta carta son numerosas, pero lo que san Pablo escribe a esta comunidad de Roma, a la que evangeliza, tiene plena validez y actualidad. El Evangelio que Pablo lleva a los Romanos es el “Evangelio de Jesucristo, muerto y resucitado como anuncio de la esperanza que realiza las promesas, conduce a la gloria y, fundamentada en el amor, no defrauda”. La esperanza nace del amor y se funda en el amor que brota del Corazón de Jesús traspasado en la cruz.
La vida cristiana nace en el bautismo y está animada por la esperanza que se renueva siempre por la acción del Espíritu Santo, que irradia en los creyentes la luz de la esperanza.
Pablo en su trabajo evangelizador, y de modo similar, todos los evangelizadores y los cristianos en general, pasamos a lo largo de la vida por oscuridades, tribulaciones y sufrimiento, por lo que la esperanza se ha de convertir en fuerza para los momentos difíciles. Para eso necesitamos contar con la virtud de la paciencia, tan necesaria como poco practicada en un tiempo en que las prisas, la inmediatez, invaden todo, hasta las relaciones amorosas y las familiares. Por esto, la esperanza necesita de la virtud de la paciencia, que es también, según la Carta a los Gálatas, un fruto del Espíritu Santo. La paciencia mantiene viva la esperanza y la consolida como virtud y estilo de vida.
Un camino de esperanza
El entretejido de paciencia y esperanza es necesario para recorrer el camino de la vida cristiana hasta llegar a la meta: el encuentro con el Señor Jesús. La peregrinación -a ser posible, en su sentido etimológico: caminar “a través de los campos”- es un elemento fundamental de todo acontecimiento jubilar. Ponerse en camino es un gesto típico de quienes buscan el sentido de la vida; la peregrinación favorece el descubrimiento del valor del silencio, del esfuerzo, de lo esencial; y ha de tenerse en cuenta lo que se lee en El Principito: “Lo esencial es invisible”.
Los “peregrinos de la esperanza” van a recorrer un camino pasando por ciudades, cruzando fronteras: buena ocasión para la contemplación de las bellezas de la creación y de las obras artísticas humanas; buena ocasión para agradecer a Dios por las maravillas que Él realiza directamente o por medios humanos.
El Papa manifiesta su deseo de que las iglesias jubilares a lo largo de los itinerarios sean oasis de espiritualidad para revitalizar la fe y beber de los manantiales de la esperanza; en ellas los peregrinos de la esperanza podrán acercarse al sacramento de la Reconciliación, punto de partida insustituible para un verdadero camino de conversión.
Signos de esperanza
Dentro del documento este apartado adquiere un valor especial al sernos conocido en gran parte por experiencia. En él el Papa exhorta a los cristianos, que han recibido el don-virtud de la esperanza, a leer los signos de nuestro tiempo e interpretarlos a la luz del evangelio. A esas realidades interpelantes de nuestro mundo los cristianos hemos de llevar rayos de luz y esperanza. Los signos de los tiempos, escribe Francisco, “contienen el anhelo del corazón humano, necesitado de la presencia salvífica de Dios, requieren ser transformados en signos de esperanza”.
En la exposición que el Papa hace de los denominados signos señala los deberes que los cristianos hemos de asumir en cada uno de los casos o ámbitos, antes esas complejas realidades interpelantes. Veamos brevemente cada uno de estos signos o ámbitos.
Primer signo: en el corazón de todos habita el anhelo de la paz en el mundo, a pesar de las guerras. Se pregunta el Papa: ¿Es soñar demasiado que las armas callen y dejen de causar destrucción y muerte? Que el jubileo nos recuerde que los que trabajan por la paz serán llamados hijos de Dios.
La exigencia de la paz nos interpela a todos y nos urge a que se lleven a cabo proyectos concretos, cuando menos a nivel familiar, parroquial, en el trabajo y el vecindario…, si a más altos niveles no podemos actuar.
Segundo signo: El anhelo de vivir se ve contrarrestado por la pérdida del deseo de transmitir la vida, lo que se manifiesta en una preocupante disminución de la natalidad por causas múltiples y complejas: egoísmo, temor ante el futuro, sobrevaloración del estatus laboral y profesional, consumismo desmedido.
Las comunidades creyentes han de apoyar las políticas legislativas que favorezcan la vida familiar y han de trabajar por proyectos en los que los niños sean vistos y acogidos como signos de alegría y esperanza, portadores de futuro para la sociedad. El individualismo y la cerrazón a la vida corroen la esperanza.
Tercer signo: “En el año jubilar estamos llamados a ser signos tangibles de esperanza para tantos hermanos y hermanas que viven en condiciones de penuria. Pienso en los presos”, privados de libertad.
El Papa propone a los gobiernos del mundo que el Año del Jubileo se asuman iniciativas que devuelvan la esperanza; formas de amnistía o de condonación de la pena, orientadas a ayudar a las personas a que recuperen la confianza en sí mismas y en la sociedad.
Francisco hace una llamada a los creyentes, especialmente a los pastores, a que no olviden ese delicado mundo de las prisiones, donde, por encima de todo, hay personas cuya dignidad y autoestima pueden haber perdido. La presencia y la escucha puede y deben practicarse con este colectivo.
El Papa, por su parte, manifiesta en la bula su intención de abrir la Puerta santa en una cárcel, cosa que ya ha hecho.
Cuarto signo: El mundo de los enfermos, que están en sus casas o en los hospitales. Ante esta realidad de experiencia universal, el Papa afirma: “Las obras de misericordia -visitar a los enfermos- son igualmente obras de esperanza, que despiertan en los corazones sentimientos de gratitud”.
Discapacitados, faltos de autonomía personal: la bula hace mención especial de esta clase de enfermos, y Francisco ve tan necesario prestarles toda atención que escribe una frase para no olvidar: “Cuidar de ellos es un canto de esperanza”.
Quinto signo: Los jóvenes. Contempla el Papa a jóvenes decepcionados, sin trabajo, sin porvenir; perdidos en el mundo de la droga y el alcohol, enrolados en la delincuencia; buscadores de lo efímero; y comenta: Resulta triste ver jóvenes sin esperanza para terminar pidiendo: “¡Que haya cercanía a los jóvenes, que son la alegría y la esperanza de la Iglesia y del mundo!”.
Sexto signo: Migrantes, exiliados, desplazados y refugiados. Apenas inició su pontificado, el Papa visitó la isla de Lampedusa y quedó aterrorizado del panorama que presenció, de la situación de los migrantes. A este respecto pide que la comunidad cristiana esté siempre dispuesta a defender el derecho de los más débiles y acude al pasaje del evangelio de san Mateo, pasaje del ‘juicio final’ para mover la conciencia de los cristianos sobre este problema nefasto (Mateo 25,35.40).
Séptimo signo: El mundo de los ancianos, aparece con frecuencia en los discursos del Santo Padre, dado que son objeto de marginación, incluso dentro de la misma familia, y sufren el aislamiento y la soledad. Los ancianos, si en alguna cultura son bien valorados, en otras son considerados como una carga que hay que evitar, porque condicionan e incluso puede mirárseles como objeto de gastos. Lógicamente, es preciso discernir y valorar a los ancianos primeramente por ser personas, pero también por cuanto han aportado a la sociedad: su trabajo, su saber, su experiencia…
En cuanto a los abuelos y abuelas, el Papa de forma reiterada comenta que representan la transmisión de la fe y la sabiduría de la vida a las generaciones más jóvenes. Son los abuelos-abuelas los que en muchas familias ejercen de educadores, de tutores y de todo, dado el ritmo frenético de la vida de muchos padres, o su falta de responsabilidad.
Octavo signo: los pobres, palabra en la que cabe incluir a colectivos humanos muy heterogéneos y multitudinarios. A este respecto escribe Francisco: “Imploro de manera apremiante, esperanza para los millares de pobres, que carecen con frecuencia de lo necesario para vivir” (…) “No lo olvidemos: los pobres, casi siempre, son víctimas, no culpables”.
Llamamientos a la esperanza (vertiente social del Jubileo)
“Los bienes de la tierra no están destinados a unos pocos privilegiados, sino a todos”. El Papa hace un llamamiento a todos a ser generosos con los que no tienen.
Alude al flagelo del hambre y falta de agua potable como un mal endémico que la humanidad debe atajar urgentemente.
Francisco, además, hace tres propuestas:
- Con el dinero que se usa en armas y gastos militares constituir un Fondo mundial para acabar con el hambre y para el desarrollo de los países más pobres.
- Una llamada especial hace a las naciones ricas a condonar las deudas a los países pobres y endeudados, que tarde o nunca van a poder pagar su deuda.
- Sostiene que los países desarrollados -piensa el Pontífice en Norte Sur- tienen también una deuda, la ecológica, por sus políticas de desarrollo en detrimento de los países menos desarrollados.
Anclados en la esperanza
En esta última parte el Papa ofrece de forma sencilla la fundamentación doctrinal de la esperanza y su alcance en la vida cristiana.
“La esperanza, junto con la fe y la caridad, forman el tríptico de las virtudes teologales, que expresan la esencia de la vida cristiana” y que se nos regalan en el bautismo. En su dinamismo inseparable, la esperanza es la que señala la orientación, indica la dirección y la finalidad de la existencia cristiana”.
¿En qué se fundamenta la esperanza cristiana? La esperanza cristiana encuentra su fundamento y se expresa en las palabras siguientes del credo: “Creo en la vida eterna”. Efectivamente, según el Catecismo de la Iglesia Católica, la esperanza “es la virtud teologal por la que aspiramos a la vida eterna como felicidad nuestra”; y el concilio ecuménico Vaticano II afirma: “Cuando (…) faltan ese fundamento divino y esa esperanza de la vida eterna, la dignidad humana sufre lesiones gravísimas y los enigmas de la vida y la muerte, de la culpa y el dolor, quedan sin solucionar, llevando no raramente al hombre a la desesperación”. Nosotros, escribe el Santo Padre, movidos por la esperanza, hacemos nuestra la ardiente invocación de los primeros cristianos, con la que termina la Sagrada Escritura: ¡Ven, Señor Jesús!
“Jesús muerto y resucitado es el centro de nuestra fe”. La fe en la resurrección de Cristo es la que infunde en nosotros confianza y genera esperanza ante la muerte, donde parece que todo acaba.
En el bautismo, sepultados con Cristo, recibimos el don de una vida nueva, que derriba el muro de la muerte, haciendo de ella un pasaje hacia la eternidad.
El Jubileo, asevera Francisco, nos ofrecerá la oportunidad de redescubrir el don de esa vida nueva recibida en el Bautismo, capaz de transfigurar la dramaticidad de la muerte.
Se pregunta el Papa: ¿qué será de nosotros después de la muerte?
Más allá de este umbral está la vida eterna con Jesús, que consiste en la plena comunión con Dios, en la contemplación y participación de su amor infinito. Lo que ahora vivimos en esperanza, después lo veremos en la realidad.
¿Qué caracteriza esta comunión plena?
El ser felices definitivamente en aquello que nos plenifica; y únicamente nos plenifica el Amor de Dios que no defrauda y del que nadie podrá separarnos.
El juicio de Dios
Al culminar nuestra existencia terrena viene el “juicio de Dios”, que también tendrá lugar al final de los tiempos. El juicio de Dios debe llevarnos a obrar con conciencia y responsabilidad, pero en esos momentos la esperanza en la misericordia de Dios ha de actuar con fuerza para ahuyentar el miedo, pues el juicio de Dios que es amor no podrá basarse más que en el amor. Escribe Benedicto XVI en Spe Salvi, 47: “En el momento del juicio experimentamos y acogemos este predominio de su amor sobre todo el mal en el mundo y en nosotros. El dolor del amor se convierte en nuestra salvación y nuestra alegría”. El Juicio se refiere a la salvación que esperamos y que Jesús nos ha obtenido con su muerte y resurrección. Por lo tanto, está dirigido a abrirnos al encuentro definitivo con Él.
Indulgencia y Reconciliación
La indulgencia expresa la plenitud del perdón de Dios que no conoce límites. No sin razón, en la antigüedad, el término “misericordia” era intercambiable con el de “indulgencia”, precisamente porque pretende expresar la plenitud del perdón de Dios que no conoce límites.
El sacramento de la penitencia nos asegura que Dios quita nuestros pecados. La Reconciliaciónsacramental no es solo una hermosa oportunidad espiritual, sino que representa un paso decisivo, esencial e irrenunciable para el camino de la fe de cada uno. Dajaos reconciliar con Dios, dice san Pablo. “No renunciemos a la Confesión, sino redescubramos la belleza del sacramento de la sanación y la alegría, la belleza del perdón de los pecados”, nos dice Francisco.
Exhorta el papa Francisco a que los Misioneros de la misericordia, instituidos por él en el Año Santo de la Misericordia sigan ejerciendo su ministerio y faciliten la celebración del sacramento de la Penitencia.
Purgatorio
Antes de cerrar la parte doctrinal del documento nos topamos con el “purgatorio”, que a algunos puede parecerles un asunto “medieval”; es doctrina de la Iglesia la existencia del purgatorio como estado en que se encuentran las almas de los difuntos necesitadas aún de purificación para llegar al estado de unión-comunión con el tres veces Santo y lograr la plenitud de la felicidad eterna.
Al recibir el perdón de los pecados en el sacramento de la Reconciliación, la culpa es borrada, pero subsiste la pena que es la que necesita purificación en el purgatorio, es decir que el amor de Cristo haga de fuego purificador. A esta purificación contribuye de forma eficaz la oración de la Iglesia, dispensadora de la gracia divina. Por esto el papa Francisco, al hablar de la indulgencia jubilar, invita a aplicarla a los fieles difuntos para que queden purificados de sus penas y pasen a gozar por siempre de la paz y del amor de Dios y de sus santos.
María, Madre de Dios, Madre de la esperanza: “La esperanza cristiana encuentra en la Madre de Dios su testimonio más alto”, porque la vida de María no fue un camino alfombrado. Pronto el anciano Simeón la previno de lo que la esperaba; y también ella tuvo que pensar en el futuro incierto del Hijo; también ella vivió el fatal desenlace de Jesús. Sin una esperanza acendrada María habría terminado mal. Por eso, María es Madre de la esperanza, “estrella del mar”, que nos ilumina y ayuda en las tormentas de la vida.
A modo de complemento, dado que el deseo del Papa es no olvidar como un aspecto importante del Jubileo el ecumenismo, voy a decir una palabra sobre este punto a partir del texto de la bula-
- El ecumenismo es uno de los puntos recurrentes en la bula. Señalo tres momentos en los que el Papa hace referencia explícita al ecumenismo.
- Anima a las iglesias orientales a acercarse a Roma y a los católicos romanos a acogerlos como parte de la Iglesia que son.
- La larga mención del concilio de Nicea, sobre el que se lee: “Durante el próximo Jubileo se conmemorará un aniversario muy significativo para todos los cristianos. Se cumplirán, en efecto, 1700 años de la celebración del primer gran Concilio ecuménico de Nicea (…) El Concilio de Nicea tuvo la tarea de preservar la unidad, seriamente amenazada por la negación de la plena divinidad de Jesucristo y de su misma naturaleza con el Padre”… Nicea representa también una invitación a todas las Iglesias y comunidades eclesiales a seguir avanzando en el camino hacia la unidad visible, a no cansarse de buscar formas adecuadas para corresponder plenamente a la oración de Jesús: Que todos sean uno (n. 17).
- Los mártires: El testimonio más convincente de esta esperanza nos lo ofrecen los mártires, que, firmes en la fe en Cristo resucitado, supieron renunciar a la vida terrena con tal de no traicionar a su Señor. Ellos están presentes en todas las épocas y son numerosos, quizás más que nunca en nuestros días, como confesores de la vida que no tiene fin (…) Estos mártires, pertenecientes a las diversas tradiciones cristianas, son también semillas de unidad porque expresan el ecumenismo de la sangre. Durante el Jubileo, por lo tanto, mi vivo deseo es que haya una celebración ecuménica donde se ponga de manifiesto la riqueza del testimonio de estos mártires” (n. 20).